FOTOGRAFÍA RETRATO A RAPEROS DE ESPAÑA
DÉJATE ATRAVESAR
Jeosm es un tipo hecho en las estribaciones del barrio de Villaverde Bajo, en el extremo sur de la ciudad de Madrid. En el pecho lleva, relampagueando, un colgante de plata con tres exvotos del mismo metal que da cuenta de los tres ejes de su vida: una boquilla de aerosol, una cámara y un hueso (por sus dos perros). A cualquier hora en que lo pilles estará con una cámara de fotos apoyada en el esternón y una gorra de béisbol muy ‘okey’ con la visera hacia atrás dando sombra a la nuca. Da igual que sean las nueve de la mañana o las cuatro de la madrugada. La tentación de retratar puede atacarle en el momento que sea. Además, no entiende de relojes.
De niño jugaba al fútbol. De joven comenzó a hacer pintadas. Es un superviviente de la calle. Conoce como nadie las penumbras del graffiti en Madrid. Ha hecho miles de fotos a los pintores en acción. Sus retratos son feroces y aun así no rehúyen la ternura, que es otra forma de la verdad. Acumula una autenticidad brava y se acerca a la fotografía con el dictamen inteligente de retratar lo que ve sin adulterar lo que mira. Antes fue mecánico de maquinaria industrial, mozo de carga de almacén de carne en Mercamadrid, educador de menores con problemas tremendos, dependiente en una tienda de Hip Hop y encargado en otra de graffiti… Ha aprendido de todas las fuentes que dan agua, por eso nunca sermonea. Su vida es lo que ves, y enseña por igual cicatrices y sonrisas.
Al poco de conocerlo quise quedarme hablando más con él. Le falta la primera falange de un índice, en eso también me fijé. La atención saltó después a los tatuajes. Y al rato, el interés ya estaba en el manejo de las palabras al hablar de lo suyo sin pedantería, sin condimento de más, sin pudor, sin daño. Arturo Pérez-Reverte lo conoció no sé cómo, un día lo presentó en una cena, Jeosm pidió un solomillo grueso, escuchó, dijo lo que quiso, no tocó la cámara que llevaba en la mochila y los que allí estábamos salimos hablando de él como se habla de los amigos.
Muy pronto compartimos varias entrevistas de encargo. Alguna tiene rastro en estas páginas. Fuimos a casa de Javier Marías para reportajear un diálogo de éste con Pérez-Reverte. Iba a ser el estreno de ‘Zenda’, el 1 de abril de 2016. Y lo fue. Y las fotos de Jeosm dieron más sentido al encuentro, más lectura, más precisión. Y las fotos de Jeosm demostraban una complicidad encantadora entre los protagonistas. Y las fotos de Jeosm alcanzan en algún momento de aquella tarde una calidez de asombro. Ese día tiene un ramalazo ya de historia, pero casi sin hacerlo notar. Todos sabemos por qué.
Como sucede con quienes se toman en serio sus pasiones, la obra de Jeosm es una larga autobiografía fijándose en los otros para decirse a sí mismo. No retrata de esa manera por cálculo estético, sino por vocación y por destino, casi invisible y dueño de tantísima calidad. El tiempo lo ha macerado bien. Por fuera gasta la misma carcasa de muchacho de extrarradio cuidadoso de no perder el temperamento de barrio. Por dentro, su mirada está siempre donde está su mente: ansiosa por entrar más adentro de aquel o aquella que sitúa frente al objetivo de la cámara. Incisivo y alerta, no es de los que hablan mucho al modelo, sencillamente desmitifica con autenticidad espontánea la impostura que también se acumula en su oficio. El resultado de sus sesiones está lejos de la ambigüedad y cerca de la alegría de compartir sonrisas, silencios, miradas. Porque para Jeosm la gente es un mapa, cada cual a distinta escala, y él actúa delante como una brújula confiable, como un fuego que se pone a pensar.
En este libro despliega un trabajo de madurez, una prosa fotográfica recia, brava, donde además afina con la reunión de gente y alcanza un ardor vibrante, una narración por adivinación más que por evidencia. Ama lo que ve y se le nota. Pero le tira aún más del ojo lo que no ve. En sus fotografías asoma honestidad. El repertorio de blanco, negro y grises de Jeosm es algo más que sobriedad. No le importa si a veces ‘suena’ convencionalmente elegante. En alguna ocasión lo he escuchado hablar del oficio y sus desengaños en la terraza del Bar Santos -donde siempre- y mientras hilvana ideas, fatigas, aspiraciones y metas –fíjate– traza líneas rectas con los ojos para no perderse ni un haz de luz, ni el rastro de una sombra. Dispone a conciencia el momento de cada fotografía.
Cuando trabaja anda de un lado a otro hasta que asienta los pies en el suelo, enclavijado al mundo, y entonces mueve sólo el tronco hacia delante o hacia atrás, según necesite la escena. Arquea la espalda, da instrucciones suaves, no pierde los minutos. Si decide disparar es porque tiene la foto. Y sólo después de esta certeza improvisa.
Maneja una fauna vasta con un vago ademán ‘hamelinesco’. Pero lo que más junta en su zoo de papel son grafiteros, grafiteras, ‘break dancers’, tatuadores, banda de la literatura y periodistas. Demasiada gente de códigos distintos (opuestos, a veces) en la que él se va gastando sin importarle. Es un tipo duro, leal, y y bajo el efecto de esas dos ventajas (dureza y lealtad) maneja la cámara. Mueve seguro con el medio dedo la ruleta de la cámara, y con el dedo corazón dispara. Repite unas cuantas veces, nunca hasta delatar inseguridad. El resultado es un golpe seco que intriga o emociona. Sin difuminados, sin esmerilados, sin evanescencias. No añade florituras ni desmiente imperfecciones. Somos tal y como ves en sus retratos. A menudo ásperos, desabridos, genuinos. Salir edulcorado en una de Jeosm no es lo que se espera de él. Prefiere no disimular y acepta el riesgo. Todo el mundo no puede ser delicado y enérgico por igual. Él busca extraer de cada cual ese rasgo invisible, el instante imprevisto, lo disimulado, lo inédito, lo distintivo que no consiente que seamos como los demás.
A veces, después de alguna aventura compartida, nos quedamos charlando un rato largo. Jeosm habla como camina: deprisa y soltando señales eléctricas a su paso. Desprende una garantía que da calma y abriga. Le saqueo la pitillera donde lleva los cigarrillos ordenadísimos, liados a mano, para regular el vicio. Nunca se enfada por los asaltos. Cuando nos despedimos él va hacia cualquier parte con su vaivén rápido de entrebarrios, los bártulos en la mochila, el cigarro prendido entre el medio índice y el corazón entero. Va observando algo. Siempre así. Ahora soy yo el que lo mira con fijeza. Es un especímen fabuloso. Si Jeosm te dispara, déjate atravesar.
Antonio Lucas